Ése es mi padre
Ayer, como cada año, agarramos a Athos y nos fuimos toda la familia (el perro también cuenta) a ver la Cabalgata de Reyes. Sus majestades, para variar, tardaron en llegar una hora más de lo que tenían previsto, pero aquello tenía la ventaja de que daba tiempo para que los rezagados cogiesen buenos sitios sin llegar tarde. Y tan buenos sitios, vamos. Que si nos descuidamos, el grupo de descerebrados pseudo-raperos capuchones que surgió de la nada a nuestra izquierda se nos coloca delante, aun cuando llevábamos ya veinte minutos allí. Los tíos al final no se colaron, sino que se quedaron a la izquierda, pero lo que sí hicieron fue adelantarse bastante más de lo debido: mientras nosotros permanecíamos correctamente colocados en la acera como niños buenos, ellos invadieron el asfalto por donde había de pasar la cabalgata, lo que seguramente impediría disfrutar de la misma a mucha gente inocente. A esto hay que sumar las risas estentóreas, los berridos estrafalarios y la demás banda sonora con que nuestros vecinos de cabalgata se acompañaban. Todo esto, incluyendo también la cara de imbécil de uno de ellos, despertó la antipatía de mi sabio padre, que al poco de iniciarse la fiesta expresó su reticencia diciendo: "Qué ganas tengo de darles una patada al largo y al feo". El feo era, evidentemente, el de la cara de imbécil, y el largo era uno de los capuchones que lo acompañaban, un ser desproporcionado, de unos dos metros y pico de alto que, junto a sus compañeros, se estaba dedicando a sembrar el caos en mitad del desfile.
Cuando la cabalgata tocaba a su fin y nosotros dijimos de irnos, mi padre dijo que si se largaba de allí sin hacerle algo al feo, no podría dormir tranquilo nunca más. Tras estas palabras, tiró de la correa del perro para intentar que el animalito se introdujese entre las filas de nuestros molestos y ruidosos vecinos y les causase cierta incomodidad, pero el bueno de Athos estaba pendiente de otras cosas y no puso mucho entusiasmo. Viendo frustrado ese primer intento, mi padre, que rara vez se da por vencido, dijo: "Voy a tropezarme con él, así como por accidente..."
Yo le reí la gracia, porque la verdad es que era muy divertido verle maquinando su venganza, pero no se me ocurrió que tuviese pensado llevarla a cabo, siendo como es un hombre serio y tranquilo. Así que me agaché para recoger los últimos caramelos que había a mi alcance (a tener en cuenta para otros años: los niños de las carrozas tiran A DAR, y con saña. Llevarse un casco será una buena medida), y constaté lo equivocado que había estado cuando me levanté de mi labor justo a tiempo para ver la enorme sonrisa de triunfo y autosatisfacción de mi padre, que volvía de su misión con Athos trotando alegremente a su lado...
Cuando la cabalgata tocaba a su fin y nosotros dijimos de irnos, mi padre dijo que si se largaba de allí sin hacerle algo al feo, no podría dormir tranquilo nunca más. Tras estas palabras, tiró de la correa del perro para intentar que el animalito se introdujese entre las filas de nuestros molestos y ruidosos vecinos y les causase cierta incomodidad, pero el bueno de Athos estaba pendiente de otras cosas y no puso mucho entusiasmo. Viendo frustrado ese primer intento, mi padre, que rara vez se da por vencido, dijo: "Voy a tropezarme con él, así como por accidente..."
Yo le reí la gracia, porque la verdad es que era muy divertido verle maquinando su venganza, pero no se me ocurrió que tuviese pensado llevarla a cabo, siendo como es un hombre serio y tranquilo. Así que me agaché para recoger los últimos caramelos que había a mi alcance (a tener en cuenta para otros años: los niños de las carrozas tiran A DAR, y con saña. Llevarse un casco será una buena medida), y constaté lo equivocado que había estado cuando me levanté de mi labor justo a tiempo para ver la enorme sonrisa de triunfo y autosatisfacción de mi padre, que volvía de su misión con Athos trotando alegremente a su lado...