Un paseo, paso a paso
A continuación relato las diferentes etapas que constituyen un paseo estándar con Athos:
-Ya sea porque mi padre me lo pide o por iniciativa propia, me preparo para sacar al perro; en cuanto este último detecta algo de ruido indicativo de que estoy calzándome, poniéndome el abrigo o cogiendo las llaves, se planta en la escalera con los ojos fijos en mi habitación, montando guardia, expectante.
-Se lo confirmo: "Athos...¡vamos de paseo!" El tío se pone tan contento que se descalabra al bajar las escaleras. Le da igual. Él es feliz. Se queda abajo, esperando a que yo llegue, girando sobre sí mismo y jadeando, con la bocaza completamente abierta (arf, arf, arf...)
-Vamos al cobertizo donde guardamos, entre otras cosas, los enseres para el perro. Antes de nada, agarro una pelota de tenis y se la incrusto en la epiglotis (es la única forma que tengo de evitar que muerda el arnés cuando intento ponérselo, impidiéndome conseguirlo). Le pongo el arnés (dicho así suena muy fácil, pero lo podríamos traducir como "odisea durante la cual el abrigo de Juan Carlos acaba con más pelos de Athos que el propio Athos"). Le hago soltar la pelota y le pongo la correa (="odisea durante la cual Juan Carlos acaba chorreando baba de perro, mientras el propio perro, que no cabe en sí de gozo, no para quieto (y menos mal que ya no le da por mearse encima de mí, como cuando era un cachorro)"). Nos ponemos en camino.
-Le llevo a una zona de campo que hay detrás de casa. Le dejo suelto, para que se desfogue y haga todo lo que tenga que hacer. Generalmente, al rato vuelve con una nueva pelota de tenis, un palo el doble de grande que él, una piña o algún otro tesoro. Esta fase es la menos peligrosa, dentro de lo que cabe.
-Nos encontramos con el pointer del vecino, que tiene la manía de escaparse cada noche (el pointer, no el vecino). No hay peligro; es un perro muy jovencito al que le cae muy bien Athos y que solo quiere jugar. Le vuelvo a poner la correa a Athos, para evitar que se me vaya muy lejos corriendo con su amigo. Pasan un rato agradable jugando.
-Me distraigo un microsegundo. Error fatal: Athos estaba en ese momento echando una carrera con el pointer, y se olvida de que va atado. La correa sale disparada de mi mano, me deja cargado el brazo y los dedos hormigueando. Me acuerdo del perro y de toda su familia.
-Volvemos. Como es de noche y no veo ni torta, piso un rollo de alambre que algún imbécil se ha dejado tirado por ahí. Se me engancha en las piernas. Estoy a punto de abrirme la cabeza.
-Piso charcos, baches y barro, barro, más barro.
-Piso una cosa extraña. Demasiado tarde, recuerdo que Athos no es el único perro que frecuenta esta zona. Mientras me acuerdo de todos los perros de la ciudad y de todas sus respectivas familias, intento limpiar la suela en la hierba.
-Llegamos a casa, donde el pointer se separa de nosotros. Entro en casa cojeando, empapado, lleno de barro y pelos, helado y con el brazo dormido. Athos va pletórico; me mira como diciendo: "Qué bien nos lo pasamos, ¿eh? ¡Mañana más!"
Efectivamente, Athos...mañana más (suspiro).
-Ya sea porque mi padre me lo pide o por iniciativa propia, me preparo para sacar al perro; en cuanto este último detecta algo de ruido indicativo de que estoy calzándome, poniéndome el abrigo o cogiendo las llaves, se planta en la escalera con los ojos fijos en mi habitación, montando guardia, expectante.
-Se lo confirmo: "Athos...¡vamos de paseo!" El tío se pone tan contento que se descalabra al bajar las escaleras. Le da igual. Él es feliz. Se queda abajo, esperando a que yo llegue, girando sobre sí mismo y jadeando, con la bocaza completamente abierta (arf, arf, arf...)
-Vamos al cobertizo donde guardamos, entre otras cosas, los enseres para el perro. Antes de nada, agarro una pelota de tenis y se la incrusto en la epiglotis (es la única forma que tengo de evitar que muerda el arnés cuando intento ponérselo, impidiéndome conseguirlo). Le pongo el arnés (dicho así suena muy fácil, pero lo podríamos traducir como "odisea durante la cual el abrigo de Juan Carlos acaba con más pelos de Athos que el propio Athos"). Le hago soltar la pelota y le pongo la correa (="odisea durante la cual Juan Carlos acaba chorreando baba de perro, mientras el propio perro, que no cabe en sí de gozo, no para quieto (y menos mal que ya no le da por mearse encima de mí, como cuando era un cachorro)"). Nos ponemos en camino.
-Le llevo a una zona de campo que hay detrás de casa. Le dejo suelto, para que se desfogue y haga todo lo que tenga que hacer. Generalmente, al rato vuelve con una nueva pelota de tenis, un palo el doble de grande que él, una piña o algún otro tesoro. Esta fase es la menos peligrosa, dentro de lo que cabe.
-Nos encontramos con el pointer del vecino, que tiene la manía de escaparse cada noche (el pointer, no el vecino). No hay peligro; es un perro muy jovencito al que le cae muy bien Athos y que solo quiere jugar. Le vuelvo a poner la correa a Athos, para evitar que se me vaya muy lejos corriendo con su amigo. Pasan un rato agradable jugando.
-Me distraigo un microsegundo. Error fatal: Athos estaba en ese momento echando una carrera con el pointer, y se olvida de que va atado. La correa sale disparada de mi mano, me deja cargado el brazo y los dedos hormigueando. Me acuerdo del perro y de toda su familia.
-Volvemos. Como es de noche y no veo ni torta, piso un rollo de alambre que algún imbécil se ha dejado tirado por ahí. Se me engancha en las piernas. Estoy a punto de abrirme la cabeza.
-Piso charcos, baches y barro, barro, más barro.
-Piso una cosa extraña. Demasiado tarde, recuerdo que Athos no es el único perro que frecuenta esta zona. Mientras me acuerdo de todos los perros de la ciudad y de todas sus respectivas familias, intento limpiar la suela en la hierba.
-Llegamos a casa, donde el pointer se separa de nosotros. Entro en casa cojeando, empapado, lleno de barro y pelos, helado y con el brazo dormido. Athos va pletórico; me mira como diciendo: "Qué bien nos lo pasamos, ¿eh? ¡Mañana más!"
Efectivamente, Athos...mañana más (suspiro).